martes, 29 de noviembre de 2011

Manuela Paz - Por Alejandro Guerrero

Aquel 5 de mayo de 1813 y luego de contemplar horrorizada como sus dos hijos caían acribillados por las armas realistas, Manuela Paz increpa al General Monzalve, le insulta, le reta, le grita que no es hombre.
Yacen ahí junto a ellos otros tantos cadáveres. Fusilamientos. Dura respuesta a toda oposición al mandato virreinal. Manuela Paz trasciende entonces los límites de la razón, pide morir con sus hijos, por sus hijos, morir en ellos en un deseo radical y absoluto. Pedro Monzalve se sabe ofendido, no puede dejar vivir a esa mujer porque aparecería como un débil, ella presiente en un fondo imaginario que sacrificarse deslinda a huichapan de un mayor infortunio y que pierde interés el existir cuando la vida misma ya no puede arriesgarse.
Caronte contempla el escenario. Extiende las aguas y acerca su barca a la plazuela.
Manuela Paz se coloca en el paredón. Clava su mirada en los amarillentos ojos del General.
¡Asesino! -le dice - ¡Cobarde! ¡Bellaco! ¿Acaso tienes miedo de una mujer indefensa? 
Grises, gruesas, pesadas gotas de sudor como perdigones inundan el virulento rostro de Monzalve, la hiena sanguinaria ha sido tocada. Le saltan las venas, escupe en el suelo, palabras de aquella huichapense hundiéndose en su oído como filosa daga entre sus vísceras.
¡Fusilen también a esta vieja! - Ordena el General.
Manuela Paz se arroja colérica en contra de Monzalve pero un soldado manco se interpone y le empuja.
La Villa de Huichapan es toda silencio y muerde los segundos esperando la voz de fuego y el estruendo.
El pelotón de fusilamiento duda por débiles instantes.
Fuerzas contradictorias. Lucha de sexos.
Navegar es necesario. Vivir no lo es. Gritos y súplicas, olor a pólvora. Vuela el último pájaro.
Cae Manuela Paz. Madre muerta fusionándose nuevamente con sus hijos, tibia devuelve el tiempo y el regazo, entra a la vida eterna. Puede ahora abrazar a sus vástagos en la dulzura de la muerte, jugar y sonreír en las profundidades del Leteo. Entre sus dedos tierra húmeda del Valle de San Mateo Huichapan, en sus destino -oculto e imperceptible- un rojo tizón, futura llama independiente, entre sus córneas la última imagen de San Cristóbal.
Un sacerdote a lo lejos bendice un espacio mortuorio. Escarmientos.
Trágico destino de aquellos patriotas huichapenses sepultados en los límites de la Villa  -El Huarico- reos de infidencia, descabezados, sepulcro negado a todos aquellos insurrectos que desafiaron la ley. Pedro Monzalve niega a los insurgentes su constancia de presencia. Héroes sin tumba. Solo existirá sepulcro a cambio del sometimiento. Monzalve borra los campos del lenguaje. No hay memoria, ni llanto, ni palabra. Manuela Paz elige, ordena a Monzalve que le mate, exige y se entrega desafiante, aniquila a todos, a la vieja España con su desprecio a la vida y a una futura República con su lección de amor y su ejemplo de muerte.

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